“El Señor está cerca de los quebrantados de corazón, y salva a los de espíritu abatido. Muchas son las angustias del justo, pero el Señor lo librará de todas ellas”, Salmo 34:18-19 (NVI).
Nos había buscado durante varios días. Telefoneó a la oficina y trató de ubicarnos por Internet. Aunque nuestra secretaria se había puesto a su disposición, ella no cedía en el intento de hablar directamente con nosotros. No es que no quisiéramos atenderla, es que estábamos fuera del país. Después de mucho insistir, acordamos un encuentro.
Ella era una mujer sexagenaria. Estaba ansiosa y exageradamente preocupada. Se sentó y, sin más, nos relató un pasado tristísimo de vejación y abuso. Con lágrimas en sus ojos y una mirada perdida en el infinito, como si estuviera viéndolo, Ana describió de qué formas su propio abuelo paterno abusaba de ella. Recordó las veces en que se acostaba desnudo en su camita de niña cuando nadie estaba en la casa.
La primera vez fue a los cuatro años. Aquellos abusos furtivos se repitieron hasta la adolescencia. Fue obligada a tocar, mirar y besar lo que ella no quería tocar, mirar ni besar. Con el tiempo comenzó a sentir repulsión hacia todos los hombres. “Mi papá siempre me preguntaba por qué estaba tan huidiza, ya que no quería que nadie me tocara. Cuando le conté a mi madre, ella confrontó al abuelo; él negó todo y mi mamá le creyó. Me sentí desamparada y profundamente sola. Fui víctima de mi abuelo abusador y también de mi madre que nunca me ayudó. Mi abuelo murió hace cuarenta años y mi madre más de veinte” y, mientras cerraba el puño con todas sus fuerzas, dijo: “pero los odio con todo mi corazón”.
Esta historia nos hace recordar aquel pasaje en que David se lamenta por el daño que le hizo su mejor amigo: “Porque no me afrentó un enemigo, lo cual habría soportado; ni se alzó contra mí el que me aborrecía, porque me hubiera ocultado de él; sino tú, hombre, al parecer íntimo mío, mi guía, y mi familiar…”, Salmo 55:12-14.
Solo las personas que más amamos pueden herirnos tan profundamente. John Bevere dice que cuanto más estrecha es la relación, más grave será la ofensa. El odio más intenso se origina entre personas que alguna vez estuvieron unidas.
Ana se sintió traicionada por su madre. Nunca la pudo perdonar. Vivió toda su vida llena de odio y resentimiento. Se transformó en una mujer manipuladora, negativa y criticona. Tenía un espíritu explosivo. Se la conocía por ser dura, rígida y condenatoria. Sin embargo, en lo más recóndito de su ser sentía miedo y creía que nadie la aceptaba. Era infeliz y su semblante lo demostraba.
Con frecuencia las personas heridas hieren a otras. Aunque quieren dar amor, fracasan en el intento. No confían en nadie, mucho menos en Dios. Ana se había propuesto en lo profundo de su corazón que nadie la volvería a lastimar. Levantó muros alrededor de ella y vivió encerrada durante toda su vida.
Esta mujer, casi anciana, se siente devastada por dentro. Su vida emocional es un caos. Nunca mantuvo relaciones afectivas, emocionales o sexuales duraderas, a pesar de haber tenido cuatro maridos y muchas amigas. “Nada nos vuelve tan solitarios como nuestros secretos”, dijo Paul Tournier. Esta mujer quedó atrapada siendo una niña y, desde algún lugar, esa herida abierta sigue generando los más variados síntomas aun en la vejez.
Tan sedienta de amor que, en vez de relacionarse sanamente, se tornó odiosa y posesiva. Sin estabilidad emocional; siempre desafiando los extremos. Es que el dolor del alma suele usar muchas máscaras. Las personas que viven su sexualidad en los extremos, ya sea por adicción o por abstinencia, expresan el dolor por la traición, la violencia y el rechazo; estos sentimientos alimentan sus excesos o su aversión. Es interesante la aproximación que hace Patrick Carnes acerca del impacto de la sexualidad sobre la existencia toda. Él dice: “El sexo parece ser el área de la vida que más profundamente toca nuestros problemas personales. Cualquiera sea el problema que enfrentemos en la vida, antes o después impactará sobre nuestra sexualidad… Nuestra conducta sexual es una profunda expresión de quienes somos”.1
Si vives una vida de extremos y sin equilibrio ni paz mental, tienes que seguir leyendo porque tenemos excelentes noticias para ti. No todo está perdido. Es posible cambiar, sanar y volver a empezar. Hoy día muchos expertos asumen la necesidad de un cambio interior y espiritual para poder modificar de manera sostenida cualquier tipo de conducta autodestructiva.
Ana, la protagonista de nuestra historia, nunca respondió al llamado de Dios para experimentar la libertad. Sus heridas emocionales la incapacitaron para aceptar el amor de Dios porque se negó a enfrentar su dolor, prefirió evadirlo llenándose de actividades sociales que, por supuesto, jamás lograron resolver el dilema de su alma. Activista social, ferviente defensora de los derechos de otros, amiga servicial, pero enojosa, contrariada y amargada.
Paul Young dice que la mayoría de nuestras heridas proceden de nuestras relaciones pasadas y nuestra curación depende de las relaciones actuales. La vida consiste de un poco de tiempo y mucho de relación. La verdadera restauración se consigue por el camino de la comunión. La primera relación de amor que debes experimentar es con Dios. Conocer a Dios y sentir su amor tiene un efecto sanador imposible de describir con palabras. Es una gracia curativa que embarga por completo la existencia. En segundo lugar, debes asociarte a personas con una perspectiva de fe genuina y dejar que sus vidas impregnen la tuya. Las relaciones saludables curan el alma.
Si has intentado salir a flote y no has podido, ¿por qué no intentas con Jesús? Si nunca has experimentado un encuentro con la presencia de Dios, hoy es tu día. Te proponemos un camino a la fuente de vida. Lástima que algunos, cegados por su dolor y su orgullo, no la escogen. Como dijo Larry Norman: “Se abrieron dos caminos en mi vida, oí decir a un hombre sabio; opté por el que menos se transita, y eso significó la diferencia a diario”.
Esperamos que aproveches la oportunidad de sanidad que Dios mismo te ofrece. Castigar no es el propósito de Dios; ¡curar es su alegría!
Si decides dar el primer paso hacia tu restauración y te animas a pedirle a Dios su ayuda, repite esta oración: “Señor Jesús vengo a ti con todo el dolor de mi alma. Tú lo conoces bien. Ayúdame a superar la amargura y la decepción. Tú puedes con mi carga. Te entrego toda mi vida. Recíbeme en tus brazos de amor y enséñame a caminar contigo cada día. Amén”.
Luego de esta primera oración toma la decisión de orar todos los días y buscar el rostro de Dios. Asiste a la iglesia, lee su Palabra y reúnete con otros creyentes que iluminen tu vida con la luz que ellos ya han experimentado de Dios.
El secreto de una vida fructífera y plena es saber qué descartar. Si has sido víctima de abuso tenemos la obligación de preguntarte: “¿quieres experimentar sanidad?”. Si tu respuesta es “sí”, tenemos buenas noticias. Según Isaías 61 Jesús fue enviado a sanar a los quebrantados de corazón. Él tiene todo poder. Y no solo que puede hacerlo, ¡quiere hacerlo! ¿Por qué caminar cabizbajo si puedes andar erguido y con la cabeza en alto? ¿Por qué sufrir si puedes ser sanado? ¿Por qué vivir con el corazón estropeado si Dios puede restaurarlo? Si te animas a soltar todo lo malo en el nombre de Jesús, la renovación y la llenura del Espíritu Santo serán una realidad en tu vida. De ti depende.
Recuerda, no tienes que seguir cargando con el dolor. El Espíritu Santo quiere ayudarte en el proceso de renovación y restauración. Hoy es el día. Ve en oración a Dios y pídele su ayuda. Él no te desamparará. Él nunca te abandonará. Él lo ha prometido y lo cumplirá.
Extraído del libro “Lágrimas que sanan”
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